"Al comentar el influyente texto de Judith Butler, Cuerpos que importan. Sobre los límites materiales del sexo, Sigush
señala que “Según las teóricas mujeres que hoy marcan el ritmo del discurso
sobre los géneros, tanto el sexo como el género están enteramente determinados
por la cultura, carecen de toda naturaleza natural y son, por lo tanto,
alterables, transitorios y susceptibles de ser subvertidos”
Sin embargo, parece que la oposición entre naturaleza y
cultura no es el mejor marco dentro del cual inscribir los dilemas actuales de
la encrucijada sexo / género. La verdadera discusión es hasta qué punto los
diversos tipos de inclinaciones / preferencias /identidades sexuales son
flexibles, alterables y dependientes de la elección del sujeto. Pero las
oposiciones entre naturaleza y cultura y entre “es un tema de elección” y “los
seres humanos no pueden evitarlo no hacer nada al respecto”, ya no se
superponen como lo hicieron durante la mayor parte de la historia moderna y
hasta no hace mucho tiempo. En el discurso popular, cultura significa cada vez
más esa parte heredada de la identidad que no puede ni debe ser molestada (sin
riesgo para quien se meta con ella), mientras que los rasgos y atributos
tradicionalmente clasificados como “naturales” (hereditarios, genéticamente
transmitidos) suelen ser considerados como dóciles a la manipulación humana y,
por lo tanto, de libre elección, una elección de la cual, como sucede con toda
elección, la persona se deberá sentir responsable y así lo será ante los ojos
de los demás.
En consecuencia, no importa tanto si las preferencias
sexuales (articuladas como “identidad sexual”) son “atributos naturales” o
“constructos culturales”. Lo que importa es saber su depende del homo sexualis determinar (descubrir o
inventar) cuál (o cuáles) de esa multitud de identidades sexuales posibles le
resulta mejor, o si, como el homo sapiens
frente a su “comunidad de nacimiento”, él o ella están constreñidos a aceptar
ese destino y vivir sus vidas de manera tal de poder convertir a ese destino
inalterable en una vocación personal.
Cualquiera que sea el vocabulario utilizado para articular
las actuales desventuras del homo
sexualis, y cualesquiera que sean las intervenciones médicas o genéticas de
autoentrenamiento y autodescubrimiento consideradas como el camino correcto
hacia una identidad sexual propia/ deseable, el punto crucial sigue siendo la
“alterabilidad”, transitoriedad y revocabilidad de todas ellas . La vida del homo sexualis está, por lo tanto,
plagada de angustias. Existe siempre la sospecha – por más que sea posible
anestesiarla durante un tiempo – de que estamos viviendo en la mentira o el error,
de que algo de importancia crucial se nos ha escapado, perdido o traspapelado,
de que algo hemos dejado sin explorar o intentar, de que existe una obligación
vital para con nuestro yo genuino que no hemos cumplido, o de que alguna
posibilidad de felicidad desconocida y completamente diferente a la
experimentada hasta el momento se nos ha ido de entre las manos o está a punto
de desaparecer para siempre su no hacemos algo al respecto.
El homo sexualis está
condenado a permanecer en la incompletud y la insatisfacción, incluso a una
edad en la que en otros tiempos el fuego sexual se habría apagado rápidamente
pero que hoy es posible azuzar con la ayuda conjunta de milagrosos regímenes
para estar en forma y drogas maravillosas. Este viaje no tiene fin, el itinerario
es modificado en cada estación, y el destino final es una incógnita a lo largo
del todo el recorrido.
La indefinición,
incompletud y revocabilidad de la identidad sexual (así como de todos los otros
aspectos de la identidad en un moderno entorno líquido) son a la vez el veneno
y su antídoto combinados en una superpoderosa droga antitranquilizante.
La conciencia de esta ambivalencia es enervante y entraña
ansiedades sin límites: es la madre de una incertidumbre que sólo puede ser
apaciguada temporalmente pero nunca extinguida por completo. Toda condición
elegida /alcanzada se ve corroída por dudas acerca de su pertinencia y
sensatez. Pero a la vez protege contra la humillación de la mediocridad y el
fracaso. Si la felicidad prevista no llega a materializarse, siempre está la
posibilidad de echarle la culpa a una elección equivocada antes que a nuestra
incapacidad para vivir a la altura de las oportunidades que se nos ofrecen.
Siempre está la posibilidad de salirse del camino antes escogido para alcanzar
la dicha y volver a empezar, incluso desde cero, si el pronóstico nos parece
favorable.
El efecto combinado de veneno y antídoto mantiene al homo sexualis en perpetuo movimiento,
empujándolo (“este tipo de sexualidad no logró llevarme al climax de la experiencia
que supuestamente debía alcanzar”) y tirando de él (“he oído hablar de otros
tipo de sexualidad, y están al alcance de la mano; sólo es cuestión de
decidirse y tener ganas”)
El homo sexualis
no es un estado y menos aún un estado permanente e inmutable, sino un proceso,
minado de ensayos y errores, de azarosos viajes de descubrimiento y hallazgos
ocasionales, salpicado de incontables traspiés, de duelos por las oportunidades
desperdiciadas y de la alegría anticipada de los suculentos platos por venir."
Extracto del libro Bauman,
Z. (2005). Amor Líquido. Acerca de la
fragilidad de los vínculos humanos. Buenos Aires: Fondo de Cultura
Económica. p.p. 78 - 80